La teoría de la generación espontánea es una antigua teoría
biológica que sostenía que ciertas formas de vida (animal y vegetal) surgen de
manera espontánea a partir ya sea de materia orgánica, inorgánica o de una
combinación de las mismas.
Creencia profundamente arraigada desde la antigüedad ya que
fue descrita por Aristóteles, luego sustentada y admitida por pensadores como
Descartes, Bacon o Newton, comenzó a ser objetada en el siglo XVII. Hoy en día
la comunidad científica considera que esta teoría está plenamente refutada.
Diversos experimentos se realizaron desde el año 1668 en
virtud de encontrar respuestas hasta que Louis Pasteur demostró definitivamente
a mediados del siglo XIX que la teoría de la generación espontánea es una
falacia, postulando la ley de la biogénesis, que establece que todo ser vivo
proviene de otro ser vivo ya existente
El experimento de Redi
Francesco Redi, médico e investigador, realizó un
experimento en 1668 mediante tres vasos en los que puso respectivamente un
pedazo de pescado, anguila y carne de buey, cerrándolos herméticamente. Preparó
luego otros tres vasos con los mismos materiales y los dejó abiertos. Al poco
tiempo –dado que algunas moscas fueron atraídas por los alimentos de los vasos
abiertos– comenzaron a aparecer larvas. Esto no se verificó dentro de los vasos
cerrados ni siquiera después de varios meses. Por tal motivo Redi llegó a la
conclusión que los gusanos se originaban gracias a las moscas y no por
generación espontánea de la carne en descomposición. Algunos objetaron que en
los vasos cerrados había faltado la circulación del aire (el principio activo o
principio vital) y eso había impedido la generación espontánea. Redi realizó un
segundo experimento: esta vez los vasos del experimento no fueron cerrados
herméticamente, sino sólo recubiertos con gasa. El aire, por lo tanto, podía
circular. El resultado fue idéntico al del anterior experimento por cuanto la
gasa, evidentemente, impedía el acceso de insectos a los vasos y la
consiguiente deposición de los huevos.
El experimento de Pasteur
En la primera mitad del siglo XIX, Louis Pasteur realizó una
serie de experimentos que probaron definitivamente que también los microbios se
originaban a partir de otros microorganismos. Siguiendo la recomendación de
Balard, utilizó dos frascos de cuello de cisne (similares a un Balón de
destilación con boca larga y encorvada). Estos matraces tienen los cuellos muy
alargados que se van haciendo cada vez más finos, terminando en una apertura
pequeña, y tienen forma de "S". En cada uno de ellos metió cantidades
iguales de caldo de carne (o caldo nutritivo) y los hizo hervir para poder
eliminar los posibles microorganismos presentes en el caldo. La forma de
"S" era para que el aire pudiera entrar y que los microorganismos se
quedasen en la parte más baja del tubo.
Pasado un tiempo observó que ninguno de los caldos
presentaba señales de la presencia de microorganismos y cortó el tubo de uno de
los matraces. El matraz abierto tardó poco en descomponerse, mientras que el
cerrado permaneció en su estado inicial. Pasteur demostró así que los
microorganismos tampoco provenían de la generación espontánea. Gracias a
Pasteur, la idea de la generación espontánea fue desterrada del pensamiento
científico y a partir de entonces se aceptó de forma general el principio que
decía que todo ser vivo procede de otro ser vivo. Aún se conservan en el Museo
Louis Pasteur de París4 algunos de estos matraces que el científico utilizó
para su experimento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario